lunes, 12 de julio de 2010

Sudáfrica 2010 - Los Tercios de Flandes

Lo de ayer no fue una final de un Mundial. Ni siquiera un partido de fútbol. Lo de ayer fue, simplemente, una batalla. Una de tantas que se quedaron en el tintero hace unos cuatrocientos años, cuando los herejes nos echaron de los países bajos. Lo de ayer fue la última batalla.

En un lado un ejército bien entrenado, con oficio, con sus oficiales duchos en duelos y floretes y su tropa versada en peleas y navajas. Pero con honor. En el otro lado, una chusma barriobajera. En tiempos un ejército imponente, el ejército holandés era la envidia de Europa, con aquellos soldados que nos maravillaron hace treinta y tantos años.

Sin embargo, las mejores artes de aquellos holandeses no las han heredado sus descendientes, sino que llegaron directamente al sur, donde a fuerza de olvidar la guerra de guerrillas, nos hemos convertido en un ejército. Y de los grandes.

Lo de ayer, digo, fue una batalla, porque fútbol hubo poco. El poco que pusieron las huestes hispanas. O que intentaron poner. Porque más que La Naranja Mecánica del maestro Cruyff, lo de ayer fue La Naranja Mecánica del maestro Kubrick. Sadismo y dolor, patadas, zancadillas, codazos... Y quejas. Cómo se nota que los holandeses no sufren la LOGSE y que todos saben hablar inglés.

¿Y el árbitro? Digamos que todavía tengo una charla pendiente con alguien para que me lo explique, porque tampoco quiero convertir esto en un blog chabacano.

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