jueves, 5 de mayo de 2011

Por alusiones

Me pide un comentarista del blog, ander225, que cuenta lo que me está pareciendo la caza de brujas de las últimas semanas, pero tengo poco que decir.

La culpa es del árbitro. Siempre. Eso es algo que asumís todos cuando os acercáis por primera vez a un comité a preguntar "cómo puedo ser árbitro". Ya no es cuestión de Mourinho o de Guardiola (conviene no olvidarse de él), o de si Pedro simula o de si Pepe tocó o no el balón. A estas alturas no es importante si Stark es fan de Messi o si De Bleeckere expulsó a no sé quién hace no sé cuánto tiempo. Fijaos si me va importando poco, que me da igual que los jugadores de la selección se zumben unos a otros mientras, todos juntos, atizan al árbitro de turno.

Aquí estamos ante un problema social. De superestructura, que me contaban cuando era más joven. Estamos en una sociedad en la que el pícaro es visto, si no con admiración, con benevolencia. Una sociedad en la que la gente se cuela en la caja del super, porque tiene prisa. Una sociedad en la que la maltratada algo habrá hecho. Una sociedad en la que la policía sirve para asustar a los niños. Una sociedad en la que el jefe ladra y eres tú el que levanta la patita. Una sociedad que se ríe del que cede un asiento a un viejo en un autobús. Una sociedad a la que la educación le importa una mierda, donde si un profe le quita un móvil a un chaval en clase le está coartando su libertad de ser gilipollas. Esa es la sociedad que tenemos. Y a partir de ahí, todo lo demás.

¿Que los jugadores se dedican a engañar al árbitro en lugar de jugar al fútbol? Lógico. ¿Que los entrenadores atizan al árbitro antes de empezar a jugar, por si acaso? Lógico. ¿Que todo el mundo se olvida de cómo ha ido el partido y solo ven los fallos del árbitro? Lógico.

Pero eso lo hacemos todos, ¿eh? ¿Cuántas veces el profe nos ha tenido manía cuando no hemos estudiado lo suficiente? ¿Cuántas veces una chuleta nos ha salvado medio examen? ¿Cuántas veces el cabrón ese, a pesar de que me lo sabía todo, ha puesto un examen muy difícil? ¿Cuántas horas reales de trabajo hacemos al día, si excluimos los cafés, las charlas con los compañeros y las visitas al baño, por no hablar de internet? ¿Cuántas veces el capullo de mi jefe me ha hecho mobbing y por eso yo me toco los huevos? ¿Cuántas veces un trabajo ha salido mal porque mi jefe no lo ha planificado bien, o porque no me ha dado la autonomía que yo quería, o porque está todo el día detrás de mí dándome el coñazo? ¿Cuántas veces hemos jurado y perjurado a nuestros padres que ya hemos hecho los deberes? ¿Cuántas veces les hemos guardado cigarrillos, condones o pastillas a nuestros amigos cuando nuestros padres los han visto en nuestro cajón? ¿Cuántas veces hemos fracasado en algo y le hemos echado la culpa a nuestros padres por ser muy protectores o por ser muy duros o por ser... padres?

Lo que hemos visto estas semanas es lo normal en nuestro mundo. Ni más, ni menos. ¿Que queremos otra cosa? Eso está bien. Intentemos cambiarlo. Eduquemos a los chavalines para que disfruten del fútbol, para que se dediquen a imitar a Messi en sus regates y no en sus lloriqueos, para que se sientan la persona más importante del mundo cuando metan un gol y no cuando hayan engañado al árbitro. Intentémoslo y a lo mejor algún día lo conseguimos.

Mientras tanto, no tengo mucho que comentar sobre lo ocurrido en estos días. Mourinho defiende en su área, pero la culpa es del árbitro. Ramos hace una mano a los cinco minutos y se queda sin jugar la vuelta, pero la culpa es del árbitro. Jugamos al cero-cero, y si la cosa sale mal, la culpa es del árbitro. Tengo que ver el partido en una habitación de hotel, pero la culpa es del árbitro.

El problema no lo tienen Stark o De Bleeckere, que son mayorcitos y saben dónde se meten. El problema lo tenemos todos. Sobre todo, esos chavales que ven en la tele lo que ven (a Mourinho y a Guardiola), y que no entienden que ellos no pueden hacer lo mismo el domingo en el polideportivo de su barrio o de su pueblo.

O, lo que es peor, que sí que hacen lo que han visto hacer en la tele a sus ídolos.

8 comentarios:

Javier dijo...

Buenísima reflexión compañero

César dijo...

Gracias, Javier.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo.
Grandes y sabias palabras. Lastima que ninguno de los que nombras te lean.

Un abrazo

David

Anónimo dijo...

No se debe poner en paralelo
a Mourinho y Guardiola, cuyas
actitudes son absolutamente
distintas.

César dijo...

Tienes razón, último Anónimo. Yo casi que me quedo con Mourinho.

Guardiola me parece muy peligroso.

Sergio dijo...

3 dias despues del clasico, pitando infantiles uno de los chavales salio al campo y en su primera jugada se tiro al suelo gritando, yo que estaba al lado le dije: levantate anda...!...y al ver que lo habia visto se levanta riendose, y todos los compañeros con el.....
nadie se da cuenta de lo rapido que absorven todo los pequeños, y mucho mas lo malo...

ander225 dijo...

Estoy completamente de acuerdo en todo lo que dices, César. Pero, yendo más allá, nunca había visto alcanzar estos niveles, en los que todo el mundo ha perdido el norte, y los árbitros parecen la figurta princiapl del juego, hay una mafia montada alrededor de los Comités, y los colegiados decidimos, sibilinamente, partidos y competiciones.

Grandes periódicos de tirada nacional incluyen 5 ó 6 artículos al día sobre el tema...

Se puede dudar de la profesionalidad del árbitro, de los comités y de la honradez de unos profesionales en público, y por escrito sin que nadie diga nada ni levante la voz.

Una auténtica vergüenza...

ander225

PD: Mis saludos para el Sr. Urizar Azpitarte cuyo artículo comentando la actuación de De Bleeckere (no en caliente -que ya fue lamentable- sino dos días después en uno de los mayores ejercicios de ruindad que he leído en los últimos tiempos) ha hecho que le pierde cualquier tipo de respeto. Así nos va...

GSF dijo...

La reflexión me parece acertadísima, no por valorar la crítica arbitral, que si bien siempre ha de existir por tratarse de un desempeño público y sujeto a valoraciones por terceros (al igual que el trabajo de un entrenador o jugador), nunca ha de entrar en la descalificación o en la duda sobre la honestidad.

Pitaba este fin de semana un partido de infantiles, en una localidad a cincuenta kilómetros de la mía, entre un equipo de esa ciudad y otro de la mía. Pues bien, después de un partido con un ejercicio de "Madrid-Barcelonismo" bestial (entendiendo por ello la actitud de ese partido por parte de los jugadores, críos de 12-13 años; y de sus padres), una madre del equipo local se me acercó y me preguntó, no sin cierta sorna, que de dónde era. Le contesté, más por educación que por otra cosa, que de XXX, a lo que ella contestó, girándose y muy satisfecha consigo misma "No, si se nota".

Con padres y educadores así, más preocupados en criticar a un árbitro utilizando un argumento tan peregrino como que son de una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes, y esa ciudad es coincidente con el equipo visitante, en lugar de criticar la falta de juego de su equipo, la planicie de ideas de sus entrenadores, la virtud del equipo visitante en saberles jugar o, simplemente, la mala suerte siempre presente en cualquier deporte, ¿qué esperamos?

Esta sociedad tiene, ni más ni menos, lo que se merece. Espero, al menos, que cuando me toque ser padre, a mis hijos sea capaz de inculcarles unos valores diferentes.