A estas alturas debe de estar cenando: un pescadito o una buena carnaza, da igual. A lo mejor hasta estará regado con un buen vino. O una botella de agua, quién sabe. Lo que sí sabemos es que es su última cena como árbitro de primera división y que se la está tomando en Bilbao. Supongo.
A un lado tendrá a Aurelio Asensio Rodríguez, asturiano como él y bueno amigo. Al otro lado, sin duda, Rómulo Álvarez Zárate, otro buen amigo, otro asturiano. Un poco más allá estará David García Martínez, un joven árbitro de segunda B. Asturiano, claro. Y es que de asturianos va la noche. No me extrañaría que acabaran brindando con sidra. O con lo que les dé la gana, que para eso estoy hablando de Manuel Enrique Mejuto González.
El de hoy ha sido su partido 265 en primera división. O el 264. O el 266. O el 263. O el 267. Yo qué sé. Qué lamentable que tengamos un árbitro de récord y no sepamos cuál es. El récord, quiero decir. Tal vez para el verano os diga la cifra definitiva y de una vez por todas sepamos cuántos partidos ha arbitrado Mejuto en primera. Aún así, es una cifra brutal. Desde 1970 llevaba el récord en 248, cuando lo estableció Zariquiegui. Cuarenta años han tenido que pasar para que uno de los mejores árbitros españoles de la historia lo haya superado.
Leo en la web de la RFEF (y lo dejo claro, porque no quiero que nadie me acuse de los tropezones de otros) que se hizo árbitro en 1979, con 14 años. Ocho años después llegó a la tercera división asturiana. Cuatro más tarde debutaba en segunda división, para en una sola temporada ascender a primera.
Y a partir de ahí, la gloria: unos 265 partidos en primera, unos 100 partidos internacionales, dos finales de Copa, una de Champions (esperemos al miércoles, no vaya a ser que me tenga que comer mis palabras), una final del Mundial sub-20, una final de Eurocopa (vale, aquí me he sobrado un poco, pero lo tuvo tan cerca, tan cerca...), dos Eurocopas a sus espaldas, una final de la Copa de Arabia Saudí... Y seguro que me dejo muchos partidos, pero ahora no tengo a mano mis datos y me apetecía escribir así, de memoria, por aprovechar el corazón y no darle demasiadas oportunidades a la cabeza.
Esta temporada, hace unos partidos, una cámara pilló a Mejuto sonriendo. Me quedé con la boca abierta y pensé "cómo se nota que este tío se retira este año". Se le veía disfrutando del partido. Hoy ha estado en San Mamés y seguro que también ha sonreído y, a lo mejor, hasta ha llorado. Tendré que ver el resumen. Tras tantos partidos en su vida, tras tantos compañeros en las bandas, hoy Mejuto me ha dado una lección. Yo esperaba una retirada en la cumbre, con Jesús Calvo en una banda y con Juan Carlos Yuste en la otra. Con ellos vivió una de las jornadas más amargas de su vida cuando Iniesta marcó aquel fatídico penalti en la Eurocopa. Con ellos puso casa de circunstancias al día siguiente en el desayuno cuando sus compañeros árbitros les daban los buenos días. Era su último partido y ahí esperaba ver a sus dos escuderos de las últimas dos temporadas.
Pero no, Mejuto me ha sorprendido. Se ha llevado a dos asistentes nacionales, con los que es posible que no haya arbitrado nunca. O por lo menos yo no recuerdo haberles visto en sus designaciones, aunque con 265 quién es capaz de asegurar que no se habían encontrado antes. El asistente 1 ha sido Aurelio Asensio, uno de los asistentes más veteranos de primera, con más de doce temporadas en la élite. El otro, el asistente 2, ha sido Rómulo Álvarez, mucho más joven, pero con proyección: solo le queda ser el mejor en primera para haber sido número uno en todas las categorías, lo que seguro que sería un récord en España.
Y con ellos dos seguro que ha llorado en el vestuario. Joder, hasta yo lo hubiera hecho. O por lo menos lo haré cuando lleve quince años en mi trabajo. Tantos como ha estado Mejuto en primera.
Si estuviéramos en Inglaterra, dentro de unos meses tendríamos un libro que hablara de Mejuto. Quién sabe, tal vez algún día.
Una anécdota personal: hace unas semanas le estreché la mano. Sí, sí, a Mejuto. Estaba tomando algo con unos amigos, hablando de arbitraje (cómo no), y de pronto uno de ellos dijo: "Mira, ahí está Quique. ¡Quique, ven, que quiero que conozcas a alguien". Me giré pensando "bueno, a ver quién es Quique". Y me quedé paralizado. Sonrió, me saludó, dijo algo (puedo jurar que no recuerdo qué dijo) y volvió a su mesa. Y yo ahí, con cara de gilipollas, mirándole diciéndole "encantando" o "mucho gusto" o "es un placer" o cualquier tontería que me impidió arrodillarme ante él para mostrarle mi respeto. Y no lo hice por respecto a mis anfitriones: no hubiera quedado muy bien. Ahí le tuve, a un palmo, y no le pregunté todo lo que tenía en la cabeza. Tendré que esperar a leer ese libro que debería de escribirse sobre él. O volver a encontrármelo un día de estos. Hasta entonces, don Enrique.